En caída libre nos aceleramos al suelo a nueve punto ocho metros por segundo al cuadrado.
Estando parados y soportados por el suelo esta misma aceleración se mantiene, generando el peso que sentimos.
Últimamente siento me acelero hacia el centro de la Tierra a 12.27 m/s².
En mi pequeñes lo trato de justificar como un efecto de la edad.
Pero el angelito que deambula mi existencia me dice es la combinación del peso de la responsabilidad y el peso del vacío en mi alma.
Ambos que no he afrontado.
Afortunadamente Dios nos da un paracaídas: disminuye nuestra velocidad terminal.
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